sábado, 7 de marzo de 2009

La Noche del Cometa...

Cuando salí finalmente de mi casa, no sabia qué esperar… pero siempre me las arreglo para encontrarme en situaciones efímeras y completamente bizarras. Ay, Dios, solo a mí me pasan estas cosas:

Doliéndome los deditos de tanto escribir, me levanté, agarré la cámara y salí al encuentro del tan esperado cometa. Me fui tarareando “Goodnight Moon”, y me movía al acorde de guitarra y bajo. Y cuando pasaba por la sombra de los árboles, tintintintin…tin, con los piecitos tal cual el piano.

Cada tanto miraba el cielo, a ver si encontraba la brillante bola de hielo cósmico atravesar el firmamento, pero nada. Tropecé con un cordón, una piedra y una baldosa suelta, mirando el cielo.

A la altura de una casa vieja, me paré en el zaguán. Levanté la vista de nuevo al cielo. No veía nada más que estrellas. Me perdía soñador mirando y mirando los puntitos brillantes, desperdigados en la inmensidad del cielo nocturno, y me iba… y me ibaaaaa… cuando en eso un feo sonido me hizo volver rápidamente a la tierra: fue un pedo. Un pedo, bastante sonoro. Mis ojos se entrecerraban a medida que una larga sonrisa iba cambiando el habitual aspecto serio de mi cara (???). Miré a mi derecha y vi que la alta ventana enrejada estaba abierta por dentro de par en par. Al parecer ahí adentro dormía una vieja. Una vieja con el estomago descompuesto. Tintintintin…tin, hasta la ventana con la oreja en alto, cuan gato curioso. ¡Puooofff! ¡Otro! Ya era demasiado. ¡Jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaajajajajaja! Estallé. Me retorcí agarrándome el estomago. Adentro se prendió un velador. Puse pies en polvorosa entre risitas.

Flato feroz. Lo peor es que mi mente perturbada se imaginaba una y otra vez la escena de una tierna viejita rajándose no uno, sino dos pedos revienta sábanas, perfectamente audibles desde el zaguán y la vereda. Me tomé una foto, huyendo del lugar…

Unas cuadras más allá, finalmente ya estaba dejando atrás la tentada. Vi una plaza más adelante. Me acerqué a un banco, despatarreme en el mismo prendiendo un parucho.

Me miraba los pies que pedian tregua dentro de los borcegos demacrados. Me quedé colgado. Cantaba la “Rubia Tarada”, y después silbaba “White Trash”… Los borcegos marrones se mezclaban con colores extraños. ¿Esto es un parucho no? Miro, y si, era en efecto un Parisiennse perfecto recien secuestrado de su cajita. Pero uno de mis borcegos marrones se veia violeta, y el otro verde. ¿Lo qué? Que extrañeza. Subí mi mirada por mis piernas y llegué al bolso con su cámara reposando en mi panza. Todo dividido en violeta y verde. Mi cara era un signo de pregunta pelada, con gorra y anteojos. Entro a mirar, y arriba mío veo que de un poste de luz se alzaban dos grandes luces, una violeta y otra verde… Estaba en la vieja plaza renovada con las luces de circo. ¡Boludin boludeado…!

Siempre pienso las respuestas más bizarras para las incógnitas más obvias. Pero caminar con la mente en otra cosa es una característica fundamental de esta cabecita. Alcé la cámara y saque unas fotos de la plaza multicolor.

Mientras tanto, ese que venia no se asomaba a saludar. Me estaba dejando plantado un gran pedazo de hielo espacial. Y yo ahí sentado, mirando para arriba, como quién espera que dios les preste un mango o le consiga una novia. Me fui. Seguramente me metió los cuernos con otro que tuviese un teleobjetivo. Pero a mi me la fumaba. Seguí caminando por ahí, renuente de volver por si me encontraba algo más. Aunque más allá de un tacho haciendo su ronda, un par de gatos lamiendo sus patas en un paredón, y las calles desiertas no encontré mucho. ¿Pero quién me sacaría a mi vieja flatulenta, mis zapatos psicodélicos, y mi cometa promiscuo?

Finalmente llegué a casa, con una sonrisa de oreja a oreja. Mi viejo ya estaba levantado, tomándose un mate. Yo me reía. Mi viejo me miraba con cara de: “¿y este que le pasa?”, lo saludé y me fui a acostar. Jaja, ¿quién lo diría? Que noche rara la del cometa.

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